Resolver el problema del analfabetismo funcional, es decir, lograr que la gran mayoría de los niños que egresan de 4to. año de educación media entiendan lo que leen, es condición necesaria para masificar los beneficios de la buena literatura, pero ¿es suficiente?
Los especialistas dan todo tipo de recetas para fomentar el hábito de la lectura placentera desde dotar a las escuelas de bibliotecas completas y
accesibles hasta programas de Lectura Silenciosa Sostenida, en que se instauran 15 minutos diarios de lectura simultánea a toda la escuela, de capitán a paje.
por Marcelo Lewkow / 09 enero 2019
Los especialistas dan todo tipo de recetas para fomentar el hábito de la lectura placentera, desde dotar a las escuelas de bibliotecas completas y accesibles, hasta programas de Lectura Silenciosa Sostenida, en que se instauran 15 minutos diarios de lectura simultánea a toda la escuela, de capitán a paje. Pero a pesar de estos esfuerzos por fomentar el hábito de la lectura, los números no repuntan. ¿Qué estará fallando?
Según la experiencia de los especialistas de los países desarrollados, y algunos locales, lo que falla es precisamente el objetivo inicial, o sea, la intención de fomentar el hábito de la lectura. Ello porque la lectura placentera no es un hábito, es una actividad voluntaria y creativa a la que se llega por curiosidad intelectual, no por la obligación conductual impuesta por la repetición de una actividad mecánica. De hecho, dicen los expertos que presionar, no importa de qué manera, para que la lectura se convierta en hábito, es la mejor forma de asegurar que los niños, niñas y jóvenes huyan de ella, en una edad en que las imposiciones de los adultos generan una y sólo una reacción: la rebeldía.
Y si no se puede imponer la lectura placentera, ¿cómo presentarla a los jóvenes y niños de manera que entiendan e incorporen la capacidad de la literatura de entretener, de informar, de educar, de emocionar y de recrear mundos que tanto nos atraen a los adultos?
He aquí algunos consejos prácticos:
- No seleccionar los textos de lectura placentera escolar a partir de criterios académicos del tipo “qué es lo que deberían leer los niños o niñas”. El ideal es seleccionar a partir de sus intereses, para lo cual es necesario conocer y validar su mundo, y tener claras las características de su etapa de desarrollo.
- Fomentar la recomendación entre pares. Como nos pasa a muchos, no hay nada como un amigo recomendando un buen libro. Puede ser una buena idea que los niños publiquen comentarios acerca de libros en el diario mural o revista escolar.
- Transformarlos en consumidores de libros. Esto se puede hacer de varias formas como creando dinero virtual para que puedan comprar libros o que tengan derecho a arrendar cierta cantidad de textos de la biblioteca.
- Evaluar si la lectura es significativa para el niño o niña. ¿Quién leería con placer Cien Años de Soledad si supiera que al terminarlo le harán una prueba en la que tendrá que recordar de memoria la mitad de los nombres de los personajes? Hay otras formas de evaluar la lectura como preguntando qué habría hecho el lector si hubiese sido el protagonista; qué le habría cambiado si hubiese sido el autor; cómo lo transformaría en cómic, etc.
Además de lo anterior, es importante, sobre todo, educar con el ejemplo. Si usted, docente, padre o madre, no busca libros para solucionar problemas prácticos o filosóficos; si no le cuenta a los niños (en palabras que comprendan) qué libro esta leyendo y por qué le gusta; si no sale a comprar libros con ellos y tampoco les da dinero para que elijan el suyo, difícilmente se sentirán estimulados a hacer de la lectura algo que es parte de su vida. Se trata de darles a entender, con el ejemplo, que la lectura es más que una actividad racional y relacionada con tareas o deberes; se trata de mostrarles los diferentes mundos que los libros pueden abrir.
A propósito de entender cómo captar la atención de los niños y niñas hacia la lectura y su verdadero valor, me viene a la memoria un foro de un simposio internacional en que me tocó participar y en que se discutía arduamente entre expertos si era conveniente leerle cuentos a los niños que aún no sabían leer por sí mismos. Nadie parecía dar con el argumento definitivo en pro o en contra, hasta que una educadora de párvulos presentó un video en que sus estudiantes contaban qué les parecía la experiencia de que la tía les leyera un cuento. Y allí, con simplicidad y certeza propia de su edad, una niña de cinco años acabó con el debate explicando por qué le fascinaba esta actividad: “es que su boca cambia, y de ahí salen palabras tan hermosas como canciones”.
Si los adultos sacáramos nuestros queridos libros por la boca en palabras tan hermosas como canciones frente a nuestros niños, niñas y jóvenes, ellos desearían tanto como nosotros poder experimentar la lectura placentera sin necesidad de mecanizarlos, obligarlos o calificarlos, ¿no le parece?