Sobre educación todo el mundo opina y con una sencillez y simplicidad que asusta, pero muy pocos saben cómo definir de manera más o menos operativa y útil aquello que quieren: educación de calidad.
por Marcelo Lewkow / 28 noviembre 2018
Sería altamente improbable que un abogado cuestionara el diagnóstico de un súper-especialista en enfermedades oncológicas, o que un economista cuestionara detalles técnicos de la compra de un sofisticado sistema de radar de aviación. En casi toda actividad humana, se reconoce la necesidad de conocimientos especiales a la hora de tomar decisiones o incluso de opinar públicamente acerca de algún tema.
Por alguna extraña razón, en educación no es así. Y no porque no existan conocimientos especializados, los hay más que en ninguna otra actividad que se conozca. No es lo mismo saber de educación matemática que de educación en ciencias, en alfabetización temprana que en literatura universal para enseñanza media, en educación tecnológica para párvulos que en educación técnico-profesional, en pedagogía que en evaluación, en administración educativa que abordaje de niños con necesidades especiales, etc.
Sin embargo, sobre educación todo el mundo opina, y con una sencillez y una simplicidad que asusta, pero muy pocos saben cómo definir de manera más o menos operativa y útil aquello que quieren: educación de calidad.
Han salido variadas respuestas de muchas personas: subir el SIMCE, mejorar las relaciones entre padres y colegio, gastar mejor los recursos, sostienen otros; dar oportunidades de desarrollo a los niños menos favorecidos, ¿pero alguien del coro tiene la menor idea acerca de cómo se hace eso? ¿Alguien del coro realmente sabe si es eso lo que hace falta? Yendo un poco más allá, ¿saben si eso que quieren es posible?
En Chile, la agenda sobre los problemas educativos está copada por el sentido común que, como todo científico sabrá, está lleno de clichés, de presunciones de aficionado, de expresiones de deseo, de creencias y de afirmaciones ideológicas sin mayores fundamentos.
Porque en Chile, este asunto -como muchos otros- está politizado. Y en este tema, los que de verdad saben del asunto no quieren politizarse.
Porque los que de verdad están ocupados resolviéndolo, en terreno o investigando. No pueden decir todo lo que saben en los dos minutos y medio que los medios, los economistas, los políticos y el público en general le dedican al increíblemente complejo tema de mejorar la educación en las casi 10 mil escuelas y en los casi 2 mil liceos de todo el país.
Así que antes de correr a tomar decisiones de política educativa que garanticen esto o aseguren aquello, antes de poner en la picota al culpable de turno o de acusar con el dedo a quien esté involucrado, quizás sería mejor realizar un serio intento por enriquecer la cultura educativa del país. No con la ambición de que todo el mundo sepa de educación a la hora de hablar de ella, sino que tan solo con la humilde pero sabia aspiración de que al hablar de educación todo el mundo sepa lo que no sabe. Tal vez, a partir de ahí podremos escuchar a los que sí saben para que cada uno haga mejor aquello para lo que esté preparado.
¿Le parece?