//Respeto a la inteligencia de los niños

Respeto a la inteligencia de los niños

Tal parece que buena parte de lo que hacemos cuando educamos le pide a los niños que olviden lo que saben, los aburre con tareas mecanizadas que los deshumanizan y desconectan de sí mismos y de los demás.

por Marcelo Lewkow / 13 diciembre 2018

Como padres, todos hemos reído de buena gana alguna vez por la experiencia de sorprendernos con una respuesta demasiado inteligente de un hijo pequeño. La risa surge un poco del orgullo y la satisfacción, pero también por el efecto de un arma muy utilizada en humor: la sorpresa.

Desde algún lugar de sus mentes, los niños a veces despliegan una capacidad de análisis, de uso de conceptos, de rapidez de procesamiento, de inclusión de variables que son propias de niños más grandes o de adultos. Y nos hacen reír. Sobre todo porque acto seguido vuelven a sus estilos infantiles atolondrados, soñadores, demandantes e impulsivos.

La pregunta que cabe ante estos mágicos eventos es por qué ocurren. ¿Será que los niños simplemente repiten lo que oyen?, ¿será un indicio de que una inteligencia superior a la que parecen ostentar habitualmente radica en ellos, pugnando por salir?, ¿será que el ambiente o algo que hicimos o dijimos nosotros lo provocó?

Parece una pregunta banal y ociosa, pero para nosotros, detrás de una adecuada respuesta a esta pregunta, puede encontrarse la clave para una reforma educativa profunda, que podría alterar nuestra forma de educar, en el sentido más amplio del término. Esto es, no solo en las escuelas, sino en las calles, las familias, los medios de comunicación.

Nuestra experiencia en educación formal, pero también en la informal, nos indica que buena parte del esfuerzo de educar radica actualmente en automatizar hábitos, normas, comportamientos y habilidades. Desde la organización de los horarios, hasta la disposición de la infraestructura, pasando por la didactización de los contenidos, alguien clasifica a los niños por edades, toma la realidad y la transforma en entendible para ellos -y su aprendizaje en medible por nosotros-.

Y los niños -inducidos por métodos a veces amables y cariñosos, otros coercitivos- terminan por aceptar temas y actividades que les son extrañas, incómodas y por supuesto -y esto es lo peor que les puede pasar en tanto niños- aburridas. Basta con ver la proporción de tiempo que se le pide a un niño de primer año de enseñanza básica que invierta en desconectar las funciones superiores de su cerebro y entrenar la mano para dibujar letras. Hay corrientes que indican que el sentido que tengan las cosas que aprendo y su relación con lo que ya sé, son determinantes en la calidad del aprendizaje que lograré, incluyendo en esta calidad la diversión.

Tal parece que buena parte de lo que hacemos cuando educamos, le pide a los niños que olviden lo que saben, los aburre con tareas mecanizadas, que los deshumanizan y desconectan de sí mismos y de los demás, confinándolos a la soledad de la repetición y al aburrimiento.

Por otro lado, la segmentación del conocimiento en materias y temas, su pedagogización, genera una distancia entre el niño y la realidad, acostumbrándolo a esperar que alguien se la ordene y se la explique. Entendiendo que hay un porcentaje de los aprendizajes que debe mecanizarse, y que la memoria debe ejercitarse porque es parte de la inteligencia -y que la realidad es compleja y caótica y aprender a descifrarla es un proceso largo y difícil-, proponemos que las actividades educativas en escuelas, familias, museos, programas de televisión y calles apelen cada vez más a ese ser inteligente y ocurrente que a veces nos sorprende y nos hace reír.

A manera de ejemplo, podría referirles la experiencia de una municipalidad de un país desarrollado que creó consejos comunales de niños, cuya tarea era peinar la comuna encontrando todo aquello que les hacía la vida difícil a ellos y a sus familias.

De la capacidad de observación (guiada por adultos) y de sus ocurrencias, surgieron soluciones simples, baratas e ingeniosas, a pequeños problemas, y hasta, en algunos casos, oportunidades de pequeños negocios que vinieron a cubrir necesidades no detectadas ni satisfechas.

Proponemos que en nuestra convivencia, diseño de casas, ciudades, sistemas educativos formales e informales, programas de radio o televisión, libros y vacaciones, veamos cada vez más a los niños como seres pensantes, que les demos más participación real en las decisiones que tomamos y que les afectan, y que les sometamos a la realidad de una manera menos segmentada y digerida, acompañándolos en el proceso, cuidándolos de los riesgos innecesarios, pero asumiendo los necesarios, entre ellos, quizás el que más nos preocupa: descubrir que en algunos aspectos, ellos tienen una mejor solución o saben más acerca de algo que nosotros.

Esa es la base de la verdadera educación democrática, como diría el Padre Hurtado, que participen cuando participen, piensen y sean tomados en cuenta, hasta que duela.

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2019-03-12T17:02:53+00:00